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Adán, Eva y los binarismos infértiles


Fotografía de Nate Neelson en Unsplash

Por Cam López Duarte Investigador de Temblores ONG

@blacshite


Sujeto y objeto, mente y cuerpo, arriba y abajo, izquierda y derecha, vertical y horizontal, malo y bueno, naturaleza y cultura. Los sujetos occidentalizados heredamos una tradición de sistemas binarios para comprender el mundo, clasificarlo, organizarlo. A menudo hacemos juicios morales basados en el binario de lo bueno y lo malo, nos posicionamos políticamente como de izquierda o de derecha, -aunque aquí en Colombia tenemos centro izquierda, centro derecha, centro arribista, centro abajista y hasta Centros democráticos-. También a través de un sistema binario hacemos lectura de las personas: las clasificamos, esperamos cosas de ellas y ejercemos control sobre sus cuerpos: esto es el sistema binario de género.

Génesis, el nacimiento del sistema binario y la cisheteronorma


Podemos establecer una génesis ficticia del binarismo de género, donde del uno nació el dos y, de la costilla de Adán, Dios hizo a Eva para que esta acompañara a aquel. Así, el sexto día también nació la heterocisnorma, que dicta que las personas se dividen en hombres con pene y mujeres con vulva, que deben aceptar el género que se les asigna al nacer, y que deben establecer relaciones sexoafectivas solo con personas del género opuesto.


En este texto argumento por qué la medida del pico y género constituye una violencia de género hacia las personas trans, no binarias y en general a todas las personas que escapan del binarismo de género y la heterocisnorma. Además, argumento cómo toda medida que parta del sistema binario de género constituye una violencia de género e impide que las personas que escapamos a estos sistemas y normas gocemos plenamente de nuestros derechos.


Éxodo, o donde las maricas nunca estuvimos


El binarismo de género lo encontramos en toda la creación divina, aunque ningún animal parece estar tan obsesionado con los genitales de sus congéneres como los seres humanos. Ese enfermo afán de verificar y relacionar lo que está en los calzones del prójimo con la forma en la que se viste y se comporta hace parte fundamental del sistema binario de género, en el que se asume que una persona a la que le crece barba no debería usar falda, dejarse el pelo largo o llamarse Marta. En síntesis, el binarismo de género fuerza a los cuerpos a acomodarse a una de las dos únicas posibilidades que existen dentro de ese sistema: hombre (heterosexual y con pene) y mujer (heterosexual y con vulva). Así, el sistema binario de género nos exilia a las personas que no encajamos en sus categorías. Ya sea porque no lucimos como lo dicta el género que se nos asignó al nacer, o porque no seguimos la norma heterosexual, en el sistema binario de género solo podemos ser excepciones.

Números, cifras de violencia hacia personas que no siguen el binarismo de género y la heterocisnorma


Pues bien, si no todas, la mayoría de las instituciones estatales en Colombia están cimentadas en el sistema binario de género. El último gran exponente de esta arquitectura institucional es el exitosísimo “pico y género”, promovido por la Alcaldía Mayor de Bogotá en el decreto 106 del 2020. El flamante éxito de la medida consiste en asumir que el género de una persona se puede verificar a distancia, lo cual perpetúa la idea de que uno tiene que verse de cierta manera si se identifica como hombre y de otra manera si se identifica como mujer.


El pico y género se construye ignorando que i) en Colombia todavía nos cuesta comprender que los hombres también tienen senos y vulvas, y ii) que la gente expresa de manera violenta esa incomprensión. Esta medida autoriza de manera indirecta el castigo social y de forma directa la vigilancia policial sobre nuestros cuerpos. Es especialmente grave y preocupante que un decreto distrital autorice a agentes armados del Estado a verificar el género de la gente. En nuestro reciente informe de derechos humanos, Qué maricada con nuestros derechos, advertimos que la Policía fue el cuarto mayor agresor de personas TLGBI entre el 2009 y el 2018. Esto sin tener en cuenta los casos que no se denuncian, que, sabemos, no son pocos. ¿Cuántos casos habrá sin denunciar de violencias verbales, de amenazas, de extorsión, de llevadas gratis al CAI? Por testimonios, propios y compartidos con nuestrxs amigxs y colegas de La Casa de Lxs Locxs, tenemos suficientes razones para afirmar que la Policía no puede tener potestades como la conferida por el pico y género, menos autorizadas directamente por la Alcaldía. El decreto constituye una vulneración a las víctimas de la Policía, a la memoria de personas que, como Carlos Torres, murieron en hechos que involucran agentes de la institución.


El decreto binario, al reforzar el control sobre cómo expresamos el género, nos expone ante el escrutinio de las personas desconocidas en la calle, que, según datos que exponemos en Qué maricada con nuestros derechos, son quienes más nos agreden en el país del sagrado corazón. Entre 2009 y 2018 ocurrieron al menos 1944 hechos de violencia contra personas TLGBI en Colombia. El 45% de ese total de hechos violentos tuvo lugar en el espacio público, 247 hechos a manos de personas desconocidas. En lo que lleva funcionando el pico y género, diferentes organizaciones de la sociedad civil registramos al menos 15 casos de violencia en supermercados y zonas de aprovisionamiento. Dentro de estos, una mujer trans que fue apuñalada por salir un día par, día en que, según el pico y género, las mujeres pueden salir.


Decir que las personas trans y no binarias podemos salir según nuestras identidades y/o eligiendo un día, en ejercicio de nuestra autonomía, es una salvedad fútil. Esta instrucción solo tiene sentido en un país que educa a sus ciudadanxs sobre la diversidad de identidades y expresiones de género; no en uno donde policías asesinan hombres trans, no en uno donde miembros de la Policía gasean trabajadoras sexuales trans, no en uno donde se recolectan firmas para despedir a una funcionaria pública por el simple hecho de ser una mujer trans.

El pico y género constituye en sí mismo una violencia de género, porque nos revictimiza al otorgar expresamente poder sobre nuestros cuerpos e identidades a nuestros mayores agresores. Constituye una violencia de género porque nos considera como excepciones a las personas que salimos del binario de género, nos pone en el lugar de ciudadanxs de segunda categoría al poner por encima de nosotrxs el bienestar de quienes no están en nuestros cuerpos.

Pero no solo la Alcaldía se basa en el binario de género para construir decretos y medidas públicas. La Fiscalía registra datos de violencia (física, sexual y homicidios) categorizando a las personas agredidas como ‘femenina’ o ‘masculina’, dato que seguramente extraen de la cédula de las víctimas sin preguntarse por la identidad de género de estas. Pasar por alto la identidad de género en los registros de violencia dificulta la identificación de fenómenos sociales que aquejan colectivos de manera diferenciada y repetida, fenómenos que requieren de respuestas igualmente diferenciadas por parte del Estado para garantizar el bienestar y las condiciones mínimas de vidas dignas.


Hablemos de salud. El Ministerio de esa cartera tiene una ruta de Atención Integral a Víctimas de Violencias de Género y, sin embargo, todos los protocolos y documentos que componen esa ruta están dispuestos para atender violencias contra mujeres cisgénero. Por supuesto que estas representan buena parte de las violencias de género que tienen lugar en el país, pero definitivamente no las agotan. Igualmente, el Sistema Integrado de Información sobre Violencias de Género (SIVIGE) parte de una definición de violencia de género según la cual la violencia solo se da en dos sentidos: de lo masculino hacia lo femenino. ¿Y las personas que no somos femeninas ni masculinas? ¿Y las personas que no somos hombres ni mujeres? ¿Y las personas trans masculinas violentadas?

Las comunidades trans y, en general, las personas que no seguimos la heterocisnorma tenemos vidas con experiencias muy distintas. Vivimos constantes hechos violentos ligados a la intolerancia que existe ante nuestras identidades y la forma en que vivimos y expresamos esas identidades. Además de intolerancia, sufrimos de un alto abandono estatal, justamente porque nuestras necesidades están desatendidas, porque las instituciones estatales no se han tomado el trabajo de revisar si sus categorías son adecuadas para abordar nuestras experiencias.


Ignorar lo problemático que es construir medidas sobre el binario de género es violencia de género, porque nos invisibiliza a las personas que no cabemos en esas categorías, nos hace excepciones y, en esa medida, nos saca del foco de atención, dejando desatendidas nuestras necesidades. Es violencia porque ignora nuestras luchas históricas y asume que por el bien de la mayoría debemos poner nuestras vidas en riesgo. Es violencia porque limita nuestro acceso a espacios valiosos de conocimiento, donde podamos compartir nuestras experiencias y participar en la construcción de categorías adecuadas para abordar nuestros problemas.

Apocalipsis, el fin del binarismo. Sugerencias para repensar el binarismo en el Estado

Es justo y necesario que se cuestione la utilidad y el alcance de las categorías binarias de género como cimiento de las instituciones del Estado. Para concluir, ofrezco dos vías institucionales y una cultural para comenzar:

  • Participación significativa. Las personas que no seguimos la heterocisnorma y el binarismo de género necesitamos más participación significativa en la elaboración de marcos conceptuales que aborden nuestras experiencias de forma diferenciada. Las experiencias de las personas trans, por ejemplo, son muy heterogéneas, tratar de abordarlas en una sola categoría tiene alcances prácticos muy limitados.

  • Diálogo. Hay que dejar de pensar en los colectivos que se conceptualizan como objetos que no cambian y que son homogéneos. La manera hegemónica de categorizar parte de asumir un sujeto y un objeto de investigación, pero esa vía es infértil. El Estado tiene que encontrar espacios de diálogo horizontal con los colectivos para diseñar en conjunto marcos conceptuales que nos hagan justicia y aborden nuestros problemas de forma diferenciada.

  • Reflexiones culturales profundas. Repensar las categorías a un nivel institucional tiene que acompañarse de nuevas formas de representar culturalmente los colectivos. La representación en la cultura popular tiene que diversificarse; no hay hombres trans ni personas no binarias en sectores culturales que en buena medida nos educan en temas de género.

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